a Flor y ese París.
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Acaso no fue nada.
Y lo vi venir en la otra cuadra. Paró en el semáforo y esperé a una distancia prudencial para llamarlo. Sabés cuánto me cuesta, que aún no me acostumbro. Tantas veces erguí el brazo de más (nunca de menos, tiendo a la exageración) y a vos te daba entre risa y vergüenza mi indisimulable tosquedad, la manifestación de mi otredad tan alejada de tu metrópoli.
Ahí el leve chillido refinado al que ya me he acostumbrado y luego ese otro sonido como compuerta de nave espacial clase B. “Ochenta, por favor”. Siempre después la fuerza que me tira y el consecuente tambaleo, también tosco pero menos extranjero. Terminé al lado de alguien que no miré pero supuse con cara de adoquín rajado.
Por la ventana intentaba que se me confundieran las formas y colores. Fracaso previsto, demasiado cine. Entonces tanta figura pétrea en serie. Un edificio viejo que te gustaría, otro que no y otro que tampoco. “Mirá el empapelado, debe tener como veinte años” dijiste en el bar de madera. Piano y bandoneón en dos por cuatro de fondo-y-no-tanto, tus ojos inefables, el color caoba, los mozos arrugados, tu boca y ese labio inferior; qué sino poesía. Augusto deleite de olvidarse de Cronos y jugar a ser inmortales.
Como siempre, una canción en mi cabeza. No la recuerdo ahora pero seguramente no te gustaba. Comencé a tararearla orquestado con el motor que siseaba. Me resultó curioso verme acompañado en mi tarea. Una alegría, “cuán distinto sería el mundo si todos tararearan en el colectivo”, pensé en un arrebáto poético. No estaba seguro de si aquel colega cantante había entrado antes o después que mi persona. Tampoco lo miré, acaso la voz se apagaría si le daba una cara. De todos modos, mucha gente entró cuando llegamos a la calle Rivadavia y perpetuar el tarareo no hubiese sido ético.
Ya faltaba poco y no te miento si te digo que estaba ansioso. Seguí mirando por la ventana, el otro estaba ahí por algún lado atrás mío. Se subió una mujer embarazada, por suerte estaba atento y no tardé en cederle el asiento. Cuántas veces me hiciste notar mi despiste, cuántas mujeres embarazadas y viejitas con bastón o no, lo notaron indignadas. Hoy no, me sentí bien porque no. Sólo quedaban dos paradas, de todos modos. Muy, muy poco.
Bajé yo primero. No recuerdo si lloviznaba, si estaba a punto, o si acababa de. Seguro sí que arriba era todo blanco uniforme. Clima común en esos días. Semáforo en rojo, veinte segundos de espera y a cruzar la avenida. Opté por cruzar el parque, me encaminé entonces hacia la entrada. Él pasó primero, apenas. Me sincero: no sé si convenía a los fines prácticos pasar por el parque. Pero es tan otra cosa, ese parque es tan vos, saberte criada ahí le daba otro tinte; casi que se te respira entre los bancos, en el pasto, en los árboles que silban con el viento. Quizás sea porque intento respirarte en los capítulos en que no estuve, amarte desde donde la vida no me permitió. Aprehenderte, de manera afortunadamente imposible, mas sin dejar de lado ese saborcito epopéyico necesario para dejar fuera de foco a esta realidad de unos y ceros.
Seguí el sendero principal, una señora al costado le daba de comer a las palomas. Del otro lado, a veces estaba él. O sino también más arriba, o más abajo u otros grises de entremedio. Siempre alrededor, siempre cerca. Respirándote, pasaba, pasábamos, entre el viejito que leía en aquel banco verde, la parejita que no leía en aquel otro. Y así, hasta el final. Me adelanté, la salida era angosta. Sólo cruzar la calle y ya estar en tu cuadra, pero antes, semáforo en rojo. Otros veinte segundos de sangre coagulada.
Atravesamos ese último pavimento. Llegamos a tu puerta. Dejé que él te llamara. “Ya voy”. No pasó mucho hasta encontrar a través del vidrio la luz de tu ascensor que bajaba. Saliste, te sonreí y mis ojos te buscaron. Sacaste la llave de tu cartera y abriste la puerta de calle. Lo abrazaste, no tanto, y se fueron. Juntos.
Ahí sí recuerdo que me llovieron algunas gotas. Creo que llovía blanco, tan blanco, sin que me mojara. Apuré el paso para no perder el colectivo, tenía que volver a casa.
15 comentarios:
"Yo nunca siento que lo hecho está terminado. Y no creo que la corrección pertenezca a la retórica. A lo que trivialmente llamamos literatura. Paul Valéry tocó este tema de la corrección. El decía que se trataba de algo que uno hacía en uno mismo, llevado por la pasión de acercarse a un modelo ideal al que nunca se llegará. Esto pertenece menos a la literatura que a una zona metafísico-poética. "Es un acto ético, más que estético", decía Valéry. En definitiva se trata de aproximar ese original todavía indeciso, que está entre el ser y el no ser, al modelo ideal que uno tiene en la cabeza mucho antes de sentarse a escribir."
Abelardo Castillo en una entrevista.
En fin, este cuento sigue puliéndose y acepta sugerencias.
"“cuán distinto sería el mundo si todos tararearan en el colectivo”, pensé en un arrebato poético."
No sé por qué, esto fue lo que más me gusto del cuento.
Y bueh, sabes desarrollar muy bien los escenarios y las atmosferas. Y... no sé qué más decir, me gustó, punto.
concuerdo con garap, simplemente me gusta mucho.
será que me siento identificada con la descripción del colectivo, de la gente, de lo que uno piensa..
no se, pero tenés un don!!!
explotalo!!
Concuerdo con Miguel, lo mejor que escribiste.
ehhmm...el colectivo...en mis epócas "útiles" del año, suelo viajar unas al menos 3 hs y media en colectivo, tiempo que para quien vive en zona más cercana a Capital sea algo común, pero para la zona, adquiero estatura de prócer al hacerlo.
Y he leído varios relatos que incluyen a esas queridas chatarras, pero ninguno me hizo sentir tan como "puta, esto me pasó a mi también".
Y con respecto al relato en si, yendo mas en general..sos un culeado, diria algún amigo cordobés. Lo hacés ver tan simple...
Don Ramón Is Not Dead
ehh perdón que me meta, no? pero... tengo blog en esta pagina...
xoxo
metanse, pero no salpiquen
el paraíso barbagliense ha abierto sus puertas muequequequeque
Y yo que quería mi pequeño París...
Este es inmenso y mucho mas hermoso. Gracias Patricio, gracias por todo el amor y tiempo.
cómo no amarte?.
( como no ser cursi... ?, ya no me sale )
Te juro que por más que lo lea, y que piense, y que trate de buscarle otro sentido, no puedo, y sabés que no quiero postear lo que te dije por MSN =/
Así que bueh, perdón *dedos*
Joven, acabo de pasar por su blog. Es una orgullo y una alegría enriquecerme de su verba iluminada.
Como patafísico excelso, le doy cinco quintines.
Un abrazo grande.
Augusto deleite de olvidarse de Cronos y jugar a ser inmortales.
yo hubiese arruinado todo mirándole la cara al q tarareaba con vos
como te decìa, me gustò mucho...
suerte!
son un libro cada uno de tus posteos
diosss
quisiera escribir tan bien como vos!!!
me haces quedar muy bajo
jajja
joda:P
segui asi
suerte!
Increible.
Piano y bandoneón en dos por cuatro de fondo-y-no-tanto, tus ojos inefables, el color caoba, los mozos arrugados, tu boca y ese labio inferior; qué sino poesía. Augusto deleite de olvidarse de Cronos y jugar a ser inmortales.
será q siempre que lo leo me gusta lo mismo
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