miércoles, febrero 21, 2007

La Señora Barbieri

---“No, no está acá. Mejor busco del otro lado de la puerta,”. Aquel lugar que llamábamos “Tallercito de Papá”, donde poníamos la basura y cosas que parecían electrónicas. Papá siempre renegó por esto último, aunque después de cierto tiempo prudencial, se acostumbró. No entraba mucho ahí, no era divertido, salvo las veces que. Tal vez algo había cambiado, valía la pena una visita.
---Estaba igual. La misma tierrita en aquel rincón, la misma mesa grande de madera con miles de tornillos en pequeños frascos sin mayor organización. Ahí también la vistosa colección de películas bélicas que papá nunca vio, pero que cuidaba celosamente; el armario que se extendía hasta el cielo, la caja fuerte de la que nunca se hablaba y los muchos rompecabezas aburridísimos y marrones por el polvo. Todo eso- los tornillos bélicos en la mesa aburridísima, las películas marrones de polvo, la caja fuerte que se extendía hasta el cielo y los rompecabezas de los que no se hablaba-, todo eso estaba bien. No sabía bien por qué, pero ese cuarto debía ser así, a pesar de papá. Seguramente dentro del armario. Sí, ahí estaba. Bien acomodada entre la cortadora de pasto y mi primera plastilina, dormía la cabeza de cera de la señora Barbieri.
---Se la di a mamá, que estaba en la cocina preparando la goma de pegar. “Gracias. Hace un muy lindo día afuera, ¿por qué no vas a meterte a la pileta con tus hermanos?”. Le dije que no. Fue una mera formalidad, mamá sabía que me quedaría. Me gustaba quedarme y me gustaba la señora Barbieri. Se olía rico (blanco, negro, blanco, negro).
---Comencé a sentir ese leve cosquilleo en la nuca, seguramente la señora Barbieri se pondría contenta. Aplaudí cortito sin razón. A mis padres no le gustaba que aplauda, no quedaba bien, menos si yo no tenía una razón. Por eso, yo a veces me iba a mi cuarto solo y aplaudía hasta cansarme, pero despacito así ellos no se daban cuenta (si se daban cuenta, era una vergüenza). Puse las manos sobre la mesa, así las podía ver. No vaya a ser que se juntaran solas y empezaran a aplaudir.
---Me gustaba quedarme. Mamá había sacado ya las témperas. Yo no podía jugar con las témperas, aprendí a no lamentarlo desde temprano. Mamá dejó un poco de cada color en un telgopor que alguna vez tuvo queso. Luego delicadamente- blanco, negro, blanco- pasó el pincel por uno, otro, y otro, de los colores. Deslizó metódicamente la punta del pincel suave pero firme, por toda la cabeza de cera de la señora Barbieri. Primero los labios, luego los ojos y el resto(excepto con la las cejas y las pestañas que el procedimiento era otra). Estaba quedando re linda.
---Hacía calor. Entre el verano y el horno prendido, no había ventilador que aguante. El ventilador de la cocina estaba justo abajo del tubo de la luz, produciendo un efecto de intermitencia blanco-negro que al principio despistaba. A nosotros no nos despistaba porque hacía mucho que vivíamos ahí. Igual, siempre me pareció un poco extraño que el ventilador estuviese abajo del tubo. Cosas de grandes, supongo.
---Come dije, la intermitencia blanco-negro ya no molestaba; mamá dibujaba las arrugas de la cabeza de cera de la señora Barbieri. Suspiró. “Poné algo de música tranquila, ¿dale?”. Yo no quería despegar los ojos de la obra de mamá. Apreté “Play” a lo que estaba. The Carpenters salió suave, de qué otra manera sino, de los parlantes. Mamá me sonrió, estaba muy dedicada al trabajo. A mí me costaba dedicarme a algo mucho tiempo, por eso le admiraba el ahínco que le ponía. Una vez mamá me contó que antes era como yo, pero que después con mucha voluntad y decisión llegó a ser lo que era. Lo veía difícil para mi futuro, pero más que difícil lo veía lejano, entonces no lo pensaba mucho. Mamá usaba algo que se parecía a la tinta china para dibujarle las arrugas, pero que quedaba más bonito una vez terminado (con tinta china hubiese sido un desastre).
---Le habían hecho una peluca muy adecuada. Era bonita pero sobria, de color grisáceo tirando al blanco, acorde con la edad de la señora Barbieri. Se escuchaban afuera los gritos de mis hermanos en la pileta, peleando o divirtiéndose como locos. Por un momento me distraje y empecé a aplaudir de nuevo. Mamá buscó en una caja la peluca. Con mucha precaución la asentó en la cabeza de cera de la señora Barbieri. Qué bonita. Noté por un instante un brillo en los ojos de mamá, como una lágrima con polvo. Después me miró, sonrió y ya no estaba.
De repente, blanco, negro, blanco, negro, blanco, hasta que mis ojos se olvidaron de nuevo al contemplar a mamá colocándole la cabeza al cuerpo ya terminado. Agarró un poco de goma de pegar y la esparció por los agujeritos que dejaba el cuerpo de cera. Luego un poco de fuego, la cera de las partes se entremezclaba y, de alguna manera, unía las coyunturas. Ya empezaba a parecer una sola pieza, casi como si fuese.
---La cera se secaba rápido. Mientras tanto, mamá me preparó un chocolate frío que me tomé de un saque (caliente no me gusta). “Limpiáte los bigotes, gordo chancho”. La servilleta con un manchón marrón, blanco, negro, blanco. Comí un par de galletitas con manteca. Mamá me miraba. Miraba raro, como si se fuese poco a poco a la vereda de enfrente.
Una pollera gris hasta las rodillas y una camisa blanca de señora grande. Lentamente, mamá vestía a la señora Barbieri. Muy despacio, le acomodaba los hombros de la camisa, controlaba que la pollera no estuviese muy floja. Después los aros de señora grande y unos anteojos gruesos. Todo perfecto. Mamá giró su cabeza hacía mí de nuevo. Me miró, pero no fue como la otra vez ni las otras que yo recuerde. Me miró, me miró así y yo entendí. Era un buen chico. Se agachó para abrazarme. Me abrazó muy fuerte. “Te quiero mucho”.
---Caminamos hacia a la puerta de entrada. La señora Barbieri ya me esperaba, le tomé la mano. La puerta se abrió y nos fuimos. A casa.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

No iba a dejar comentario.

Pero me emocioné, mucho.


Mar.-

El Perro dijo...

Ehm. Yo no sé si me emocioné. Pero, la chota, me gustó muchisimo, tío. Aunque me quedé un poco preocupado, tengo la idea de que Barbieri era un poco bastante nazi. No sé. Una investigación ahí, López. Si, el café cortado, por favor.
En fin, sí. Me motivó mucho. Un solo detalle: "Yo no escuchaba mucha música ". No sé, será que algo te conozco, pero esa parte (y su consecuencia en el párrafo) me sonó un poco forzado, pero quizás a alguien que no supiera nada...
Como sea, le doy un puntaje de 5 monos y una nariz (en una escala de 1 chimpancé a 7 gorilas)
El Perro

pezmurillo dijo...

Gracias por puntualizarlo. Ya lo edité.
Aviso: Cualquier crítica viene bien.

gusma dijo...

Casi un deja-vu, muchacho. Casi casi.
Siga así.

kristy dijo...

Se ve que tengo una mente más trastornada porque por un segundo pensé que su casa era una funeraria y estaban preparando a la Señora Barbieri para su velatorio.

Es eso o veo demasiados programas de médicos forenses.

Either way, es imposible no apreciar y disfrutar algo escrito por vos.

Como dijo Gus, seguí así!

Anónimo dijo...

Que nostalgia da el cuento, aunque nunca he tenido una situación parecida a esa, mis padres son maestros. Aún así me gustó mucho como reflejas todo el rollo de la relación madre-hijo durante la niñez. También me sigue gustando ese recurso de "aquí no pasa nada extraordinario" de lo que recuerdo de tus escritos. Bien por ti.

Anónimo dijo...

clap clap clap...las manos que no paran de aplaudir, de hacer ruido, solo, hacer ruido solo en el dormitorio, clap clap clap...

Que bueno ese tono de aqui no pasa nada, y sin embargo hay mucha tensión...Señor, es un muy buen texto!

conedulcorante dijo...

Noté por un instante un brillo en los ojos de mamá, como una lágrima con telas de araña.


eso me mató así como mucho

me encanta me encanta

Anónimo dijo...

Puto

 
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