Entonces muero. Y sí, el túnel, la luz y San Pedro. Posta, San Pedro. Ahí está, todo lookeado. Blanquísimo, con barba y la aureolita levitándole arriba de la cabeza. Saca el manojo de llaves de la túnica y de pronto aparece en medio de las nubes, un portón dorado, grande y estúpido. San Pedro pone la llave en la cerradura, la gira y con un ademán me invita a pasar.
Lo miro y me mira. La indignación me puede y decido hablarle.
- ¿Qué hay del otro lado?
- Y, Dios, el cielo, los ángeles y esas cosas.
- ¿En serio?
- Sí.
Turbado, camino unos pasos hacia el portón. Me detengo en el umbral.
- Pero, ¿y la posmodernidad? ¿Y Nietzsche?
San Pedro sonríe.
- Puras boludeces.
Adentro, los ángeles alados cantando con sus arpas, niños riendo y el abuelo que saluda.
Los miro, bostezo, y entre nube y nube, me voy perdiendo.
martes, agosto 24, 2010
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